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jueves, 2 de agosto de 2012

La muchacha de los enigmas


Cleobulina, la primer mujer filósofa.
570 ac, en la isla de Lindos.

La muchacha de los enigmas

                Sentada en la sombra, cuenta con los dedos. Su perfil se destaca sobre el muro todavía soleado del patio. La nariz muy recta, como su padre. La frente alta, parecida a la de él. La penumbra deja apenas discernir sus pestañas muy negras y largas. Sólo se distinguen en la semioscuridad sus labios,  esculturales y carnosos. Cleobulina es decididamente digna de su padre, el sabio Cleobulos. Heredó  de él  fuerza y belleza,  así como una educación diferente a la de todos los demás.
                En efecto,  para este sabio instruir a sus hijos figura entre sus deberes sagrados. Él, que viajó desde su isla de Lindos hasta Egipto para adquirir los conocimientos más altos, él, que  ha recogido el saber  de la boca de los sacerdotes, reflexionó sobre lo que un padre debe legarle a su descendencia. Entre el número de bienes que debe transmitir toma en cuenta evidentemente la riqueza: la morada de la familia hace pensar en los palacios de los reyes. Luego vienen la fuerza y la habilidad de un cuerpo ejercitado, sin  las cuales no se puede actuar plenamente. Desde su más tierna edad, Cleobulina, al igual que sus hermanos y hermanas, aprendió a montar caballo, a soportar el calor tanto como el viento del invierno, a correr por horas e incluso a batirse contra adversarios más fuertes que ella. En el curso del aprendizaje de esos combates, se podía descubrir cuán astuta era.
                Su padre hizo que se le enseñara  todo lo que era posible aprender. Cleobulina se entrenó en matemáticas y en música tanto como en arte ecuestre y lucha. En éstas también brillaba la característica jovial y astuta de su inteligencia. La apasionaban los enigmas. Para ella  había en ellos maravillas inigualables. No se conforma  con  coleccionarlos, con aprender todos los que le llegaran. Hizo  de la invención de los enigmas su actividad favorita.
                He aquí por qué, sentada en la sombra, cuenta con los  dedos. Sus seguidores duermen, agotados por los juegos danzantes a la mañana. Ella  prepara su enigma del día. Su desafío es que no pase un día  sin haber compuesto un enigma nuevo, coherente,  puesto en versos exactos, con metro perfecto. Repite cada verso para ver si cae justo. ¿Es el sentido evidente y oculto a la vez?
                “Siempre igual, siempre nuevo”,  escande Cleobulina, “Tan claro como oscuro/ Se sucede a sí mismo/ Sin permanecer jamás/ Pero renaciendo siempre.” ¡Demasiado fácil! Todo  el mundo  lo adivinará enseguida. Además, ese enigma se parece demasiado a los compuestos por su padre. Él sería el primero  en comprender de qué se trata. Hay que encontrar otra cosa.
                Nada le gustaba más a Cleobulina que poner en jaque la  sagacidad de su padre. El juego nunca dura mucho, pero esos momentos deliciosos. Ella sabe que él sabe, pero no lo  muestra. Busca, tantea, se detiene,  permanece como alelado. He aquí lo que prefiere Cleobulina en esos enigmas: Quienes  buscan ya conocen la solución, pero el juego les presenta ese tema familiar bajo un aspecto oscuro y desconcertante. Sin  embargo, los indicios para salir se encuentran en esa misma opacidad. Luminosos, sorprendentes, irrefutables.       Pero sólo cuando se los mira con el ángulo adecuado.
                Cleobulina retoma. Jamás se cansa, puede pasar horas con  ello. El día, veamos, el día, el día...¿Cómo  esconder todo nombrándolo? ¿Cómo desplegar el sentido de las palabras para uqe el término escondido quede  oculto y evidente al mismo tiempo? Llega una nueva idea: “Es su propio hijo/ Mitad negro, mitad blanco/ Siempre naciendo, siempre muriendo”. Vuelve decirse los versos una, dos, tres veces. Sí, están escandidos correctamente, los términos son  suficientemente elípticos, a pesar de  todo,  la solución no es imposible de encontrar.  Sí, es un buen enigma.  Va  a ensayarlo muy pronto.  Con sus parientes primero, acostumbrados  a torturarse el espíritu para tratar de resolverlos, lográndolo o no, con cuchicheos incesantes y risa estentóreas y alocadas. Luego,  según los resultados obtenidos, con su padre. La joven está contenta. Sin embargo, permanece pensativa. ¿En qué consiste ese juego que  la ocupa tanto y que le ha valido incluso un  comienzo de reconocimiento? Piensa en una tela desplegada, lisa. Su juego consistiría en plegarla,  en recubrir un fragmento de otro mundo con otro. O es un juego  de escondidas con la palabras, entre las palabras. Tal vez sea  como una lucha: el espíritu se bate contra sí mismo, se cubre de aceite y no consigue vencerse. En el fondo, no sabe nada,
                Nosotros, tantos siglos  más tarde, tampoco sabemos nada más., Salvo tal vez en un punto: sabemos  que esos juegos mentales, adivinanzas, enigmas, paradojas y otras astucias participan del comienzo de la filosofía.
R.P.D