Cleobulina, la primer mujer filósofa.
570 ac, en la isla de Lindos.
La muchacha de los enigmas
Sentada
en la sombra, cuenta con los dedos. Su perfil se destaca sobre el muro todavía
soleado del patio. La nariz muy recta, como su padre. La frente alta, parecida
a la de él. La penumbra deja apenas discernir sus pestañas muy negras y largas.
Sólo se distinguen en la semioscuridad sus labios, esculturales y carnosos. Cleobulina es
decididamente digna de su padre, el sabio Cleobulos. Heredó de él
fuerza y belleza, así como una
educación diferente a la de todos los demás.
En
efecto, para este sabio instruir a sus
hijos figura entre sus deberes sagrados. Él, que viajó desde su isla de Lindos
hasta Egipto para adquirir los conocimientos más altos, él, que ha recogido el saber de la boca de los sacerdotes, reflexionó sobre
lo que un padre debe legarle a su descendencia. Entre el número de bienes que
debe transmitir toma en cuenta evidentemente la riqueza: la morada de la
familia hace pensar en los palacios de los reyes. Luego vienen la fuerza y la
habilidad de un cuerpo ejercitado, sin
las cuales no se puede actuar plenamente. Desde su más tierna edad,
Cleobulina, al igual que sus hermanos y hermanas, aprendió a montar caballo, a
soportar el calor tanto como el viento del invierno, a correr por horas e
incluso a batirse contra adversarios más fuertes que ella. En el curso del
aprendizaje de esos combates, se podía descubrir cuán astuta era.
Su
padre hizo que se le enseñara todo lo
que era posible aprender. Cleobulina se entrenó en matemáticas y en música
tanto como en arte ecuestre y lucha. En éstas también brillaba la
característica jovial y astuta de su inteligencia. La apasionaban los enigmas. Para
ella había en ellos maravillas inigualables.
No se conforma con coleccionarlos, con aprender todos los que le
llegaran. Hizo de la invención de los
enigmas su actividad favorita.
He aquí
por qué, sentada en la sombra, cuenta con los
dedos. Sus seguidores duermen, agotados por los juegos danzantes a la
mañana. Ella prepara su enigma del día.
Su desafío es que no pase un día sin
haber compuesto un enigma nuevo, coherente,
puesto en versos exactos, con metro perfecto. Repite cada verso para ver
si cae justo. ¿Es el sentido evidente y oculto a la vez?
“Siempre
igual, siempre nuevo”, escande
Cleobulina, “Tan claro como oscuro/ Se sucede a sí mismo/ Sin permanecer jamás/
Pero renaciendo siempre.” ¡Demasiado fácil! Todo el mundo
lo adivinará enseguida. Además, ese enigma se parece demasiado a los
compuestos por su padre. Él sería el primero
en comprender de qué se trata. Hay que encontrar otra cosa.
Nada le
gustaba más a Cleobulina que poner en jaque la
sagacidad de su padre. El juego nunca dura mucho, pero esos momentos
deliciosos. Ella sabe que él sabe, pero no lo
muestra. Busca, tantea, se detiene,
permanece como alelado. He aquí lo que prefiere Cleobulina en esos
enigmas: Quienes buscan ya conocen la solución,
pero el juego les presenta ese tema familiar bajo un aspecto oscuro y desconcertante.
Sin embargo, los indicios para salir se
encuentran en esa misma opacidad. Luminosos, sorprendentes, irrefutables. Pero sólo cuando se los mira con el
ángulo adecuado.
Cleobulina
retoma. Jamás se cansa, puede pasar horas con
ello. El día, veamos, el día, el día...¿Cómo esconder todo nombrándolo? ¿Cómo desplegar el
sentido de las palabras para uqe el término escondido quede oculto y evidente al mismo tiempo? Llega una
nueva idea: “Es su propio hijo/ Mitad negro, mitad blanco/ Siempre naciendo,
siempre muriendo”. Vuelve decirse los versos una, dos, tres veces. Sí, están
escandidos correctamente, los términos son
suficientemente elípticos, a pesar de
todo, la solución no es imposible
de encontrar. Sí, es un buen
enigma. Va a ensayarlo muy pronto. Con sus parientes primero, acostumbrados a torturarse el espíritu para tratar de
resolverlos, lográndolo o no, con cuchicheos incesantes y risa estentóreas y
alocadas. Luego, según los resultados
obtenidos, con su padre. La joven está contenta. Sin embargo, permanece
pensativa. ¿En qué consiste ese juego que
la ocupa tanto y que le ha valido incluso un comienzo de reconocimiento? Piensa en una
tela desplegada, lisa. Su juego consistiría en plegarla, en recubrir un fragmento de otro mundo con
otro. O es un juego de escondidas con la
palabras, entre las palabras. Tal vez sea
como una lucha: el espíritu se bate contra sí mismo, se cubre de aceite
y no consigue vencerse. En el fondo, no sabe nada,
Nosotros,
tantos siglos más tarde, tampoco sabemos
nada más., Salvo tal vez en un punto: sabemos
que esos juegos mentales, adivinanzas, enigmas, paradojas y otras
astucias participan del comienzo de la filosofía.
R.P.D